lunes, 22 de septiembre de 2014

Zapatos para el cielo

Solo faltaban unos días para la Navidad y aún no me envolvía el espíritu de estas fiestas. Los estacionamientos estaban llenos, y dentro de las tiendas había tanta gente que ni siquiera se podía caminar por los pasillos.
“¿Por qué vine hoy?”, me pregunté. Me dolían los pies y la cabeza, y en mi lista estaban los nombres de personas que decían no querer nada, pero que se resentirían si no les compraba algo. Así que llené mi carrito con compras de último minuto y me dirigí a las colas de las cajas registradoras.
Frente a mí había dos niños, uno 10 años y su hermana de 5. Él iba mal vestido con un abrigo raído, jeans que le quedaban cortos y zapatos deportivos 3 tallas más grandes que la suya. Llevaba en sus manos unos cuantos billetes arrugados. Su hermana iba vestida parecido a él, sólo que su pelo estaba enredado. Ella cargaba en sus manos un par de zapatos de mujer dorados y resplandecientes.
Los villancicos resonaban por toda la tienda y yo podía escuchar a la niñita tararearlos. Al llegar a la caja registradora, la niña le dio los zapatos cuidadosamente a la cajera, como si se tratara de un gran tesoro. La cajera los tomó y dijo: “son $9.99”. El niño puso sus arrugados billetes en el mostrador y empezó a rebuscarse los bolsillos. Finalmente contó $4.12.
“Bueno, creo que tendremos que devolverlos, volveremos otro día y los compraremos”, dijo el niño. La niña dibujó un puchero en su rostro: “Pero a Jesús le hubieran encantado estos zapatos”, respondió. “Volveremos a casa trabajaremos un poco más y regresaremos por ellos. No llores, vamos a volver.”
Sin tardar, yo le completé los seis dólares que faltaban a la cajera… en eso un par de bracitos me rodearon con un tierno abrazo y una voz me dijo: “¡Muchas gracias, señor!”
Aproveché la oportunidad para preguntarle qué había querido decir cuando dijo que a Jesús le encantarían esos zapatos. Y la niña, con sus grandes ojos redondos, me respondió:
“Mi mamá está enfermita y yéndose al cielo. Mi papá nos dijo que se iría antes de Navidad para estar con Jesús. Mi maestra de catecismo dice que las calles del cielo son de oro reluciente, ¡tal como estos zapatos! ¿No se le verá a mi mamá hermosa caminando por esas calles del cielo con estos zapatos?”
Mis ojos se inundaron al ver una lágrima bajar por su rostro radiante… “Por supuesto que sí”, le respondí, y en silencio le di gracias a Dios por recordarme el verdadero valor de las cosas.

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