lunes, 22 de septiembre de 2014

El saco de carbón


Un día Jaimito entró a su casa dando patadas en el suelo y gritando muy molesto. Su padre lo llamó y Jaimito le siguió, diciendo en forma irritada:
– Papá, ¡te juro que tengo mucha rabia! Pedrito no debió hacer lo que hizo conmigo. Por eso, le deseo todo el mal del mundo. ¡Tengo ganas de matarlo!
Su padre, un hombre simple pero lleno de sabiduría, escuchaba con calma al hijo, quien continuaba contando lo que le había sucedido:
– Imagínate que el estúpido de Pedrito me humilló frente a mis amigos. ¡No acepto eso! Me gustaría que él se enfermara para que no pudiera ir más a la escuela.
El padre, mientras escuchaba, se dirigió hacia el garaje de la casa. De una esquina tomó un saco lleno de carbón y lo llevó hasta el final del jardín. Miró a su hijo a los ojos y le propuso:
–¿Ves aquella camisa blanca que está en el tendedero? Hazte la idea de que es Pedrito y cada pedazo de carbón que hay en esta bolsa es un mal pensamiento que va dirigido a él. Anda, tírale todo el carbón que hay en el saco, hasta el último pedazo. Después yo regreso para ver como quedó.
El niño lo tomó como un juego y comenzó a lanzar los carbones pero, como el tendedero estaba lejos, pocos de ellos acertaron la camisa.
Cuando el padre regresó, le preguntó:
– Hijo, cuéntame, ¿qué tal te sientes?
– Muy cansado, pero alegre. ¡Acerté algunos pedazos de carbón a la camisa!
El padre tomó al niño de la mano y lo condujo a la casa.
– Ven conmigo, quiero mostrarte algo.
Lo colocó frente a un espejo grande que le permitía ver todo su cuerpo… ¡Qué susto, estaba todo negro! ¡Sólo se le veían los dientes y los ojos!
– Hijo, como pudiste observar, la camisa quedó un poco sucia pero no es comparable a lo sucio que quedaste tú. Así mismo sucede cuando le deseamos mal a otra persona. El mal que deseamos a otros se nos devuelve y multiplica en nosotros. Por más que queramos o podamos perturbar la vida de alguien con nuestros pensamientos y deseos, los residuos y la suciedad siempre quedan en nosotros mismos.

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