lunes, 22 de septiembre de 2014

Los ojos de Cristo



Había dos piedritas que vivían en medio de otras en el lecho de un torrente de agua. Ellas se distinguían entre todas porque eran de un intenso color azul. Cuando les llegaba el sol, brillaban como dos pedacitos de cielo caídos al agua. Las piedritas azules conversaban sobre lo que llegarían a ser cuando alguien las descubriera:
– “¡Acabaremos en la corona de una reina!”, se decían emocionadas.
Un día por fin fueron recogidas por una mano humana. Por algún tiempo estuvieron sofocándose en diversas cajas. Un día, alguien las tomó y las oprimió contra una pared, junto a otras piedras, introduciéndolas en un lecho de cemento húmedo. Lloraron, suplicaron, insultaron, amenazaron, pero dos fuertes golpes de martillo las hundieron todavía más en aquella prisión de cemento. A partir de entonces solo pensaban en huir.
Trabaron amistad con un hilo de agua que de cuando en cuando corría por encima de ellas. Un día, las piedritas le pidieron:
– “Fíltrate por debajo de nosotras y arráncanos de está pared”.
Así lo hizo el hilo de agua y al cabo de unos meses las piedritas ya bailaban un poco en su lecho.
Finalmente, en una noche húmeda, las dos piedritas cayeron al suelo y, yaciendo por tierra, echaron una mirada a lo que había sido su prisión. La luz de la luna iluminaba un espléndido mosaico. Había miles de piedritas de oro y de colores brillantes; rojos, púrpuras, anaranjados, turquesas, verdes, amarillos… todas juntas formaban la figura de Cristo. Pero en el rostro del Señor había algo raro. ¡Estaba ciego! Sus ojos carecían del iris.
Entonces las dos piedritas comprendieron. ¡Eran ellas los ojos de Cristo! Por la mañana, un sacristán distraído tropezó con algo extraño en el suelo. En la penumbra pasó la escoba y las echó al cubo de basura.
Esta historia nos recuerda que Cristo tiene un plan maravilloso para cada uno de nosotros. A veces no lo entendemos y, por hacer nuestra propia voluntad, malogramos lo que Él había trazado para nosotros. Hoy quiero revelarte un gran secreto, ¡tú también eres los ojos de Cristo… y Él te necesita para mirar con amor a cada persona que se acerca a tu vida!

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